¿Por qué los padres deberían jugar con sus hijas e hijos? Suena obvio, pero lo cierto es que poco se habla de la importancia que tiene el juego en el desarrollo de niñas y niños y en el vínculo con sus cuidadores. Con miras a la conmemoración del Día Internacional del Juego el 28 de mayo, conversamos con la psicóloga Magdalena Mongillo quien, a la cabeza del proyecto Infancia Primero, junto a su equipo han logrado demostrar cómo la vida es distinta si se crece jugando.

Por Felipe Neumann

En un par de consultorios ubicados en Puente Alto y La Pintana, hace poco más de diez años dos doctoras implementaron un proyecto guiadas por la intuición. Sostenían que, trabajando con las familias, lograrían inculcar en las y los cuidadores la importancia de estimular de manera temprana su desarrollo por medio del juego. El programa se llamaba “Juguemos con nuestros hijos” y era parte de un proyecto que estaba sacando adelante la Facultad de Medicina de la Universidad Católica. En la práctica, consistía en sesiones donde trabajaban con las familias en pos de la estimulación del desarrollo infantil; guiaban a papás y mamás acerca de cómo desarrollar vínculo con sus hijos, mediante el juego libre, círculos de cuentacuentos y cantos para estimular la comunicación, además de promover la reflexión entre cuidadores.

Por entonces todo era guiado por tres facilitadoras: María  de los Ángeles Castro, educadora de párvulos; María Paz Fillol, psicóloga; y, con quien conversamos, Magdalena Mongillo. Ellas, a su vez, también tenían la intuición de que el proyecto, que estaba dando buenos resultados, tenía potencial para replicarse en otros espacios y enseñarse a otros equipos, “no solo en espacios dedicados a la salud, como lo veníamos haciendo desde los consultorios”, comenta Mongillo. Entonces, juntas las tres crearon una fundación que llamaron Infancia Primero y diseñaron una versión piloto del que hoy, diez años después, es su proyecto estrella, “Crecer Jugando”, que han implementado en 29 comunas, de 10 regiones y ha formado a más de 300 profesionales y técnicos para que guíen y fomenten que los cuidadores jueguen con las niñas y niños. En una década 9.500 familias se han beneficiado de su programa.

Toda evidencia internacional dice que un niño, que tiene un vínculo con su cuidador principal, es un niño que tiene una mejor trayectoria de desarrollo a futuro

Esa es una de las importancias que dice Mongillo, aludiendo a cómo las parentalidades positivas pueden afectar en el bienestar de la niñez. “Las intervenciones tempranas de calidad tienen un montón de impacto en el largo plazo; en la vida de las personas, a nivel educacional, mejores trabajos a futuro, disminuyen los problemas de salud y en el colegio, mayor posibilidad de llegar a la universidad, e incluso menor embarazo adolescente, entre otros. Entonces, con el foco de mejorar el vínculo entre el cuidador y el niño y así,  instalar una intervención desde la prevención, y no necesariamente cuando exista el problema, afirma.

¿Crees que la sociedad invisibiliza la importancia del juego en el desarrollo integral de la niñez?

De todas maneras. La cultura adultocéntrica mira el juego en menos, sin en verdad entender el nivel de profundidad de su importancia. De partida, el juego es la principal fuente de aprendizaje de los niños. Es el modo en que aprenden, en él experimentan el mundo, el modo en el que van creciendo y poniendo a prueba sus habilidades. Un niño que no juega es un niño que no va a tener un desarrollo sano. Entonces, jugar no solo se trata de un derecho de la niñez, sino que es una necesidad básica que tiene que ser atendida, respondida y ojalá promovida desde los adultos que estén a cargo.

Magdalena comenta que, desde las ciencias del desarrollo, existen diversos estudios que afirman, desde la evidencia, que la sociedad debería promover  tres principios centrales para que las niñas, niños y sus familias puedan prosperar en el tiempo: promover la conexión para fortalecer las relaciones vinculares positivas entre niños y adultos; fortalecer en los niños las habilidades centrales para la vida y, en tercer lugar, reducir las fuentes de estrés en la familia.

“El juego tiene la capacidad de cubrir las tres cosas. Esto me hace recordar y engloba una cita muy bonita que dice: “no hay nada que los seres humanos hagan, sepan, piensen o teman que no haya sido experimentado, practicado o al menos anticipado, durante la etapa del juego en la infancia”, dice Monguillo, quien explica: “Para nosotros, el juego es el principal vehículo a través del cual intervenimos, porque es el modo de conexión entre los adultos y los niños. Es la forma en la que los niños aprenden. Es un espacio libre de juicios, donde los cuidadores pueden conocer a la niñez, leerlos de otra manera y reconectarse”.

En esta dinámica, enfatiza, los adultos juegan un rol clave. “Tenemos que asumir un rol más protagonista; no solamente permitir el juego libre del niño, sino que los adultos también tengan una participación activa en dicha instancia”, dice.

El juego es natural en la niñez y se constituye como la actividad principal para su desarrollo. Justamente ésta es la raíz de “Crecer Jugando”. Es un programa de apoyo a la parentalidad mediante el trabajo con familias, teniendo como objetivo principal, el fortalecer el desarrollo infantil a temprana edad. Promueve habilidades a las madres, padres y cuidadores para enriquecer el vínculo con las niñas y niños; ya sea mediante el juego libre, que estimula capacidades cognitivas y sociales; cuentos y cantos que promueven la lectura y el lenguaje; o instancias de reflexión entre cuidadores, en donde reúnen diferentes temas a conversar propuestos por los facilitadores del programa.

¿Qué cambios o mejoras has observado en las madres, padres y   cuidadores que han participado en el programa Crecer Jugando?

Hemos hecho bastantes evaluaciones en el tiempo que nos muestran a ciencia cierta que disminuye el estrés parental, una de las variables claves para promover el vínculo con los hijos. El estrés parental es una de las variables que más se asocia, por ejemplo, a prácticas maltratantes y negligentes. Cuando están muy estresadas, y cuando hay un alto nivel de demanda en el entorno y  están preocupadas de muchas cosas, las familias no están emocionalmente disponibles para sus niñas y niños. Esto hace que los lleve, por un lado, a la predisposición de “haz lo que quieras”; siendo una versión negligente y no les pongan preocupación a los límites y cuidados que necesitan, o bien, a la falta de paciencia. Esto puede resultar en prácticas maltratantes: golpes, gritos o amenazas, sólo porque los papás no tienen la capacidad de poder responder de manera adecuada.

Ustedes han logrado descentralizar su programa y llevarlo a regiones. ¿Cómo ha sido esa experiencia?

Ha tenido un montón de desafíos. Al principio nuestro programa se enfocó solo en la Región Metropolitana porque una de las barreras que teníamos era el proceso de certificación y capacitación de los profesionales y técnicos que acompañan a los padres. el cual era de manera presencial e implicaba traer todos los equipos a Santiago. Además, acompañamos la implementación de nuestro programa durante 18 meses en los territorios, entonces hacerlo fuera de Santiago era un poco impensado: no teníamos la capacidad. Sin embargo, cuando llegó el 2020, y vino la pandemia, el panorama cambió completamente. Si hubiéramos tenido esta conversación previo a la pandemia, teniendo en cuenta la perspectiva de descentralización, te hubiera dicho que no era posible llevar el programa de manera remota.

Pero lo lograron.

Sí. Incorporar el uso de estas herramientas digitales fue clave. El 2022 crecimos en varios espacios fuera de la Región Metropolitana. Por primera vez llegamos a Rengo, Hualañé, Hijuelas y Monte Patria. Salimos de Santiago con la metodología online. Gracias a la digitalización, hoy llevamos ese mismo proceso a una plataforma de e-learning, lo que lo hace mucho más fácil. Muchas de estas comunas tienen dispersión geográfica y las familias no pueden asistir presencialmente. Pero vía online sí es posible.