Neurocientífica y médica de profesión, la directora ejecutiva de Fundación Kiri ha transformado su amor por la ciencia en una poderosa herramienta para el cambio social, trabajando en soluciones que fortalezcan la salud mental de niñas y niños a través del deporte, la ciencia y la cultura.
Convencida de que los problemas sociales complejos requieren soluciones colectivas y a largo plazo, su ímpetu la ha llevado a recibir diversos reconocimientos, entre otros Mujer Impacta 2024, que premia a emprendedoras sociales que realizan un aporte positivo al país, y 100 Mujeres Líderes de El Mercurio. Además, desde inicios de 2024 Florencia forma parte de la Comunidad de Liderazgo Colunga, cuya primera generación reúne a trece directores ejecutivos de distintas organizaciones con el fin de generar, entre ellos, una virtuosa red de impacto.
¿Cómo le explicas a las personas de qué se trata la Comunidad de Liderazgo Colunga?
–Es un programa que tiene la genialidad de formar una comunidad. Te ofrece un espacio para conocer líderes, formar vínculos con esas personas, tener un espacio colectivo y te da la oportunidad de relacionarte y formar lazos con actores que jamás has tenido la oportunidad de compartir tal nivel de profundidad. Desde ese espacio colectivo comunitario haces un camino hacia cómo construyes mejor tu liderazgo: te enseñan herramientas concretas para crecer a nivel personal, pero también hacer crecer a tus organizaciones. Las oportunidades de crecimiento que ofrece son de primer nivel.
De hecho, hace un mes Florencia volvió de Harvard, donde participó en dos instancias que son parte del programa de formación de la comunidad: el curso Leadership for the 21st Century y en el Laboratorio EASEL de la misma casa de estudios, centro referente a nivel global en investigación socioemocional.
¿Qué viste durante esta pasantía que sea de valor para ti y para Chile?
–Fue tremendamente enriquecedor. El curso de liderazgo de Harvard entrega herramientas y estrategias para ejercer liderazgo en problemas que son multifactoriales, dinámicos; ayuda a ampliar la mirada para entender que los problemas que tenemos acá se repiten en distintas partes del mundo. Eso (a la vuelta) se lo traspasé a mis equipos y ha sido impresionante cómo nos ha ayudado a cambiar la forma de trabajar en grupo y también a bajar ansiedades, porque los problemas son tan difíciles que muchas veces uno siente que no avanza. Uno siempre se enfoca en las acciones que hay que hacer y en los recursos que se necesitan, pero el curso me permitió mirar cosas que van más allá, que tienen que ver con el alineamiento de propósito y con la construcción de legitimidad. También conocí a muchos actores con los cuales formé vínculos, y sobre todo, me acercó a las personas de la Comunidad de Liderazgo que fueron al mismo programa. Tengo un antes y un después con los que fui a esta experiencia.
-¿En qué sentido marcó un antes y un después?
-Yo no dimensioné que iba a ser tan grande el poder transformador de tener una comunidad. Nuestros roles en general son súper solitarios. Entonces, tener un espacio de confianza, poder pedir ayuda a alguien que sabes que tiene experiencia en esto, que ha sufrido los mismos problemas, compartir logros, aprendizajes, tiene un valor demasiado grande.
Desde el punto de vista del liderazgo, ¿cuáles que son los principales desafíos en tu área de trabajo?
–Creo que hay una construcción de comunidad y de identidad no resuelta y ser parte de este grupo (la Comunidad de Liderazgo) nos ayudó a identificar que esto era una necesidad. También me di cuenta que todos somos actores relevantes en nuestro tema, pero somos entes bien solitarios y falta mucha articulación entre la sociedad civil y el mundo político. Algo que conversamos mucho es que la sociedad civil es un ente implementador, se dedica como a resolver problemas, a trabajar en las comunidades, pero no es una voz importante en la discusión de políticas públicas, no es una voz importante en la definición del proyecto país. Nosotros como sociedad civil no entramos tampoco a las grandes discusiones, nos mantenemos al margen. Si queremos que las cosas cambien, ese espacio tiene que abrirse. Mi principal desafío y también mi principal miedo es que esto quede en una comunidad que fue súper valiosa, pero que no tenga ningún sentido, trascendencia. Nosotros como comunidad per se, tenemos mucho entusiasmo, tenemos muchas ganas, pero requiere una mirada mucho más macro, más estructural.
Las personas son capitales de talento, de desarrollo y para eso necesitan estar felices, tener un bienestar. Si eso no sucede, truncas esas potencialidades y si truncas a las personas, hipotecas el futuro, a un país, hipotecas su capital social.
El camino personal
En tu caso personal, ¿cuándo te diste cuenta que otras personas te veían como una líder?
–Qué difícil. No sé. Quizás es algo de lo que uno nunca termina de convencerse. A mí me conflictúa mucho y quizás también hay un espacio de crecimiento. A mí me acomoda liderar, dirigir. Pero me incomoda un poco esto de que te digan que eres la líder. Porque creo que las cosas no son personalizadas, son demasiado colectivas.
Entonces, ¿en qué momentos decidiste tú tomar el rol del liderazgo?
–Uy, desde súper chica, desde que estaba en el colegio. Siempre he sido ruidosa, súper inquieta, estaba en hartos espacios de creación. Mi colegio fue un experimento de creación. Yo fui la primera generación. Entonces me tocó tomar vocería, estar en el Centro de Alumnos. Cuando estaba estudiando el doctorado también hubo un remezón fuerte. A mí me encanta estudiar. Y el doctorado fue uno de los mejores periodos de mi vida, estudiando algo que me fascinaba, pero también muchas cosas no me hacían tanto sentido. Amo la ciencia, amo la academia y respeto los tremendos académicos que tiene Chile. Pero también encontraba que estábamos súper desvinculados como científicos, encerrados en nuestro laboratorio, haciendo poco esfuerzo para que el conocimiento se traspasara. A veces nos faltaba humildad, porque respondíamos grandes preguntas, pero no tan vinculadas a las que tenían las personas. Eso me empezó a mover mucho. Coincidió con que empecé a conectar con mujeres que tenían estas mismas inquietudes y empezamos a levantar estas causas desde los colectivos.
Como médica diriges Kiri, una fundación que tienen por misión fomentar la salud mental en niñas y niños. ¿Por qué?
–Yo tengo una bandera en la que creo desde la evidencia: las sociedades se construyen en base a sus personas y cómo uno habilita los espacios para que esas personas crezcan y desplieguen infinitos talentos. Las personas son capitales de talento, de desarrollo y para eso necesitan estar felices, tener un bienestar. Si eso no sucede, truncas esas potencialidades y si truncas a las personas, hipotecas el futuro, a un país, hipotecas su capital social. En Chile los entornos de poco bienestar -poco amables, donde reina la violencia, donde hay factores de riesgo y faltan elementos protectores- hacen que el desarrollo de niñas y niños se vea afectado y condiciona que a futuro puedan ser personas que impacten a su entorno, a la sociedad. Yo me vi muy movida por el efecto que pueden tener estos ambientes que son no bien tratantes y creo que en la construcción del Chile futuro, estas cosas estructurales no hay que perderlas de vista y a veces lo hacemos porque las arrastramos desde hace tanto tiempo y son de tan de difícil solución que se transforman en problemas invisibles.
Si son problemas que tardan en resolverse, ¿por dónde partir?
–Dado que ciertos contextos son tan difíciles y lleva mucho tiempo cambiarlos, hay que preguntarse cómo promovemos la resiliencia. Hay que darles más herramientas a los niños y a las niñas, darles capacidades de formar vínculos con otros, de relacionarse bien. Está híper demostrado que la resiliencia es de las cosas que más aporta en la trayectoria de vida: aumenta la posibilidad de ingresar a la universidad, de tener empleo, que ese empleo perdure por más tiempo, entre otras cosas. Pero la pregunta de fondo es qué te hace más feliz. Son los vínculos, las relaciones humanas, la capacidad de uno poder estar tranquilo con sus emociones, lo que te va dando ese futuro. Hay que construir esta resiliencia promoviendo esas habilidades críticas, que son habilidades sociales y emocionales.
¿Y cómo se promueve la resiliencia a nivel social, grupal?
–Hay que promover, mediante el deporte, la cultura y la ciencia esas habilidades que per se son protectoras. El deporte es protector porque genera comunidad, porque promueve un propósito compartido. La cultura también logra eso. Cuando eres parte de una orquesta y el día de mañana, si no vas a la sesión previa a la presentación, alguien te va a echar de menos, tú te vas a sentir importante, estás haciendo un buen uso también de tu tiempo de ocio. Lo que hace Kiri es sumar todos esos factores de protección en un modelo universal, desde la escuela, y que al final del día a esos niños y niñas que crecen en contextos más adversos, más desafiantes, podamos ayudarlos a potenciar la resiliencia.
¿Qué rol debería cumplir la sociedad civil hoy para aportar al país, especialmente en el bienestar de la niñez?
–Cada vez me he ido convenciendo más, y agradezco en eso a la Comunidad de Liderazgo, de que hay que empoderar a la sociedad civil. Hay muchas personas que tienen un tipo de liderazgo que es distinto y que hace falta. Hoy la política está contaminada por liderazgos que se basan en polarizar, en crispar los ambientes, en tener soluciones que son cortoplacistas que capitalizan muchos votos. Y no quiero llenar de buenismo a la sociedad civil, porque no es que tenga una superioridad moral, pero sí he visto en ella liderazgos que son distintos y que vale la pena relevar.