Según cifras entregadas por el Mineduc a principios de abril, luego de un mes del ingreso a clases aún hay 880 estudiantes a la espera de un cupo para asistir a clases. ¿Cómo viven niñas, niños y adolescentes ese tiempo de incertidumbre? Acá la historia de Renato (14 años), quien si bien sueña con estudiar medicina, desde marzo mata el tiempo esperando que lo llamen para avisarle que ya tiene un colegio donde ir.
Renato tiene 14 años, vive en Arica y sueña con estudiar medicina. Desde el 6 de marzo, cuando comenzó el año escolar, debería estar cursando primero medio. Pero hasta el día de hoy, 11 de abril, es uno de los 880 estudiantes que, según información entregada la semana pasada por el Mineduc, sigue en lista de espera por una vacante para estudiar en un establecimiento público o particular subvencionado.
Cuando en diciembre Paula, su mamá, se dio cuenta de que Renato no había quedado tras la primera ronda del Sistema de Admisión Escolar (SAE), hizo todo lo que el sistema le pedía: lo postuló a siete colegios por medio de la cuestionada plataforma “Anótate en la lista”. Para ella y su familia el verano fue una pesadilla: no podía dormir pensando que su hijo mayor no tenía colegio. Renato entendió bien su situación recién en marzo, cuando su mamá tenía que ir a comprar los útiles escolares para su hermano menor: entonces no le quedó más que explicarle que no tenía colegio.
Esa dimensión social que entrega el colegio le ha hecho mucha falta
En este tiempo, comenta Paula, Renato ha cambiado. Lo nota triste. Desanimado. Aburrido y con rabia. Su hermano, de 11 años, lo molesta diciéndole que no tiene nada que hacer, mientras él ya está en clases, cursando sexto básico. “Para qué esforzarme si ahora estoy así”, le ha dicho varias veces a su mamá. Desde que empezó el año escolar, Renato no tiene más rutina que pasar el día en la casa de sus abuelos paternos. Su mamá no tiene cómo saber qué hace, aunque confía en él, porque, tranquilo y quitado de bulla, es de pocos amigos. Su círculo eran sus ex compañeros de escuela, a quienes ahora ve poco, porque casi todos ya están en clases en un nuevo establecimiento y están haciendo nuevos amigos. “Esa dimensión social que entrega el colegio le ha hecho mucha falta”, comenta su mamá, quien sabe que entre sus antiguos compañeros cinco están en su misma situación: son parte de los 880 estudiantes en lista de espera.
Ansioso de que su realidad cambie, Renato tiene su mochila, cuadernos y lápices listos para comenzar a ir a clases, aunque tiene claro que estará atrasado en los contenidos y tendrá que ponerse al día. El hecho de no saber cómo será el colegio donde irá, además de tenerlo ansioso, lo ha hecho conversar con su mamá acerca de cómo funciona el sistema: “Hemos hablado de lo complejo que es que te asignen un cupo, pero nunca conociendo a quien será el alumno, sin preguntarle acerca de sus intereses y proyecciones. El sistema no ve eso”.
La mamá de Renato, eso sí, se ha puesto en el lugar de que el cupo no aparezca. Por eso ha buscado guías en el caso de que tenga que inscribirse para dar exámenes libres. Si no consigue vacante en un colegio, sería eso o perder el año. La situación es tan desesperante, comenta Paula, que le gustaría organizar a otros papás en Arica y hacer una manifestación, pero que no lo hace porque teme perder su trabajo. Y en eso se ha pasado su familia desde hace meses: sumergidos en angustia. “Renato me dice mamá, si he hecho todo bien, tengo buen comportamiento, me gusta estudiar, ¿por qué no tengo colegio? Yo trato de explicarle que lo que está fallando no es él, sino que el sistema. Pero de qué te sirve decirle eso a tu hijo, si al final por esa falla no está estudiando y no sabemos hasta cuándo durará esta espera”.