Inspirada por el método educativo Forest Schools en Inglaterra, desde hace 10 años Fundación Naturalizar convierte patios de jardines infantiles vulnerables en salas de clases al aire libre, que han beneficiado a más de 20 mil niñas y niños en Chile.
El jardín infantil Principito, ubicado en la comuna de Quillota, tiene una regla que ni las educadoras, ni las niñas y niños transan: todos los días, aunque sea una vez al día, salen a aprender al aire libre. No en el recreo, sino durante las sesiones de aprendizaje que en vez de realizar en una sala, realizan en alguno de los cinco espacios ubicados en el patio del jardín y que hace dos años fueron implementados como aulas abiertas: en ellos, en vez de aprender con lápiz y papel, los cerca de 200 niños y niñas que asisten a diario adquieren conocimientos con las manos y los pies en la tierra.
Para Nicole Chacana (36), educadora de este establecimiento que pertenece a la Junji, el sistema tiene sentido. “Quillota antes era más campo y ahora eso se ha ido perdiendo por las construcciones. Ya no es como antes”, asegura. Hoy, dice, gran parte de los niños y niñas que llegan a su jardín viven en poblaciones que no cuentan con acceso a áreas verdes. “Principito es como un pequeño pulmoncito en un barrio de cemento”, dice. En ese contexto, comenta, el jardín representa la oportunidad de estar rodeados de naturaleza y también de aprender en ella.
Esto gracias al programa Naturalizar, propuesta pedagógica de la organización que lleva el mismo nombre -creada en 2012 por Fundación Ilumina- que desde hace diez años ofrece un método de aprendizaje en la naturaleza, diseñado según las bases curriculares de la educación parvularia. “Nosotros soñamos que parte del tiempo que los niños usualmente están adentro (de una sala) aprendiendo un contenido, lo pasen aprendiendo fuera de ella”, dice Francisca Reutter, directora ejecutiva tanto de Fundación Ilumina y Naturalizar.
¿Cómo han logrado implementar el modelo en jardines vulnerables? Abriendo año a año una convocatoria cuyo foco es llegar a jardines subvencionados por el Estado. En el caso de Principito, una educadora que conocía el programa les comentó del modelo a sus compañeras y las animó a postular, porque si bien el jardín contaba con áreas verdes, estas no tenían una intención pedagógica.
La implementación del modelo involucra, entre otros aspectos, instaurar objetivos particulares a cada uno de los espacios que se instalan en el jardín. En Asombrar, por ejemplo, se habilitan lombriceras y un acopio de hojas que son esenciales para que las niñas y niños reconozcan con sus propias manos que la tierra está viva. “En este espacio una parvularia puede enseñar diferentes cosas, como armar una rutina de alimentación para las lombrices, que es lo mismo que haces en la sala con ellos”, explica Nicole. “También, puedes poner en práctica la lógica matemática separando hojas y contando cuántas hay”.
En otros espacios, como en Cultivar, se instala un invernadero y camas de cultivos, donde niñas y niños pueden entender la vida vegetal desde su origen, sembrando y cosechando distintas hierbas. En Descubrir, hay tres mesas en las que con sus manos experimentan cómo hacer barro, crean esculturas inspiradas en la naturaleza y exploran los tesoros de lo natural, mientras que en Imaginar la educadora relata historias y canciones vinculadas a insectos y animales.
Por último, en Desafiar, los niños y niñas interactúan con una viga de equilibrio y un espacio amplio donde imitan movimientos según los sonidos de la naturaleza, como el vaivén de las hojas o el vuelo de una mariposa. Esto, dice Nicole, ha ayudado a niños con hiperactividad a “bajar las revoluciones y botar esa energía, que realmente dentro de un aula se está conteniendo y eso hace que haga desorden, llore, y grite. Espacios como estos les permiten tener esa libertad”.
Una respuesta al ‘trastorno’ por falta de naturaleza
Si bien en el jardín infantil Principito comenzaron a implementar esta metodología hace dos años, el programa partió hace un poco más de diez cuando Josefina Prieto, paisajista e ingeniera agrónoma de la UC — y quien por entonces formaba parte del equipo de Fundación Ilumina — propuso la idea que había conocido en sus años viviendo en Inglaterra.
En ese tiempo, en territorio británico los Forest Schools (Escuelas Bosque) comenzaban a tomar fuerza como respuesta al “trastorno por déficit de naturaleza”, un término que acuñó Richard Louv, periodista y autor del libro Last Child in the Wood (El Último Niño en el Bosque) y que se expresaba en la disminución del uso de los sentidos, problemas de atención y altos porcentajes de enfermedades físicas y emocionales en niñas y niños.
Al aprender en medio del bosque, según explica el Forest School Association (organismo que rige y certifica este método en territorio británico), el trastorno se revierte porque “como el método de enseñanza está centrado en la experiencia propia del niño o niña, este desarrolla su confianza y su autoestima a través de experiencias prácticas e inspiradas en un entorno natural”.
De regreso en Chile, Prieto se preguntó cómo replicar esas experiencias en zonas vulnerables y con menor acceso a espacios verdes y entonces se lo propuso a la fundación, a quienes les pareció una solución innovadora a un problema cada vez más común. “Porque lo cierto es que a medida que se empieza a urbanizar más, han ido disminuyendo los espacios verdes disponibles. Y al aumentar la tasa de delincuencia y las dificultades en torno a los barrios, los niños están cada vez más encerrados”, dice Francisca Reutter. Además, explica, vieron que los jardines infantiles eran un buen espacio para implementar la idea “porque si bien las mamás no dejan solos a sus niños en el parque, sí lo hacen en los jardines infantiles porque lo consideran un espacio protegido”.
Tenían que ver si el plan funcionaba, así que partieron en 2012 con un programa que proponía a los jardines del Estado implementar un espacio de juego libre en la naturaleza. “Como la mayoría de los patios eran de cemento, lo que hacíamos como fundación era llevar tierra, bichos, árboles, para que los niños tuvieran, aunque fuera en una escala reducida, el acceso a esta naturaleza”, explica Reutter. Pasaron seis años “de prueba y error”, confiesa. “Pero nos dimos cuenta que el programa funcionaba”, dice. Fue entonces que se plantearon cómo ajustar la metodología que estaban proponiendo a los aprendizajes que, por currículum, las educadoras están obligadas a enseñar. Al hacerlo, el proyecto ha crecido exponencialmente: en todos estos años han logrado implementar Naturalizar en 132 jardines infantiles de dos regiones, la Metropolitana y Valparaíso, beneficiando con su método a más de 20 mil niños y niñas en contextos vulnerables.
Y aunque cada una de las áreas tiene objetos e intenciones pedagógicas particulares, Francisca Reutter asegura que el programa es flexible a la hora de planificar las sesiones de aprendizaje. Así, por ejemplo, si una educadora tiene pensado enseñar matemáticas con botones, lo ideal sería que en vez de hacerlo dentro de la sala, lo haga con hojas o restos de desechos orgánicos al aire libre. “En el fondo, lo que estamos promoviendo son excusas para estar afuera, pero de manera curricular”, recalca.
Fundación Ilumina, al igual que Fundación Colunga, es parte de Pacto Niñez, iniciativa cofinanciada por la Unión Europea que busca fortalecer el trabajo de la sociedad civil y sumar propuestas de políticas públicas en niñez. También somos parte de la Alianza por el Acogimiento Familiar, iniciativa que también integra Fundación San Carlos de Maipo y que busca colaborar en el fortalecimiento del sistema de Familias de Acogida y promover el acogimiento familiar como una modalidad de cuidado alternativo efectivo.